lunes, 26 de octubre de 2015

San Agustín II

Antropología

El ser humano es imagen de Dios. Para San Agustín, Dios es Eternidad, Verdad y Amor, y, a su imagen, el ser humano está constituido por tres potencias: la memoria, por la que hace presente el pasado, la inteligencia, que busca la verdad y la voluntad, por la que tiende a la felicidad. El ser humano como estructura antropológica, es el reflejo de la divina, ejercitar estas facultades supone aproximarse a Dios. San Agustín afirma la dualidad alma/cuerpo, pero afirma que el alma es una sustancia autosuficiente, unida accidentalmente al cuerpo. Con ello pretende mantener el valor superior de lo espiritual sobre lo material.

Su concepción antropológica es dual en cuanto que alma y cuerpo, aunque funcionalmente inseparables, son sustancias distintas. Pero eso no le impide afirmar que es un misterio que dos sustancias antropológicamente distintas forman una sola naturaleza: el ser humano. Así San Agustín, en las primeras obras afirma el traducianismo, según el cual el alma se trasmitiría directamente de padres a hijos, pero tal doctrina hacía difícil justificar la espiritualidad del alma. En sus obras posteriores, mantiene que Dios crea específicamente el alma de cada ser humano.

Ética

En cuanto al problema del mal, san Agustín afirma que el ser humano ha recibido de sus progenitores la totalidad de sus atributos. Por eso, de ellos ha heredado la culpa en la que, según el relato bíblico, el primer hombre, Adán, ha incurrido desobedeciendo el mandato de Dios: la humanidad entera ha pecado con él. Como causa del pecado sobrevinieron al mundo los males que padece. Pero la naturaleza humana es receptiva y abierta para recibir la acción de Dios, que se manifiesta en forma de impulso interior y deseo de su propia regeneración. Por sus solas fuerzas, no la alcanzaría, pero Dios es amor que concurre con la libertad humana para remediar su caída. El objetivo fundamental del ser humano es la felicidad, que solo se encuentra en Dios. El sentimiento básico para llegar al conocimiento de Dios es el amor. El hombre necesita de la gracia divina para el conocimiento pleno de Dios. Para san Agustín, el hombre es libre por lo que se puede apartar de Dios para dejarse llevar por los bienes materiales y corporales. Existe, sin embargo, una conciencia en el ser del hombre de normas y leyes morales que están en el corazón del hombre. Según esta teoría, el mal será alejarse de Dios y la causa del mal moral no está en Dios sino en la libertad del hombre. Mal como privación de bien, que se aparta del camino adecuado. 

Teoría del conocimiento

San Agustín compara el ascenso en los grados del conocimiento con la capacidad visual del alma, lo llama así “las miradas del alma”.

Primera mirada; la imagen sensitiva: el alma da a los sentidos la capacidad para percibir los objetos exteriores. Los sentidos forman una imagen sensitiva o sensación de lo que perciben. La sensación supone la visión interior de los objetos, sentirlos en nosotros mismos, comparándolos con las ideas previas que el alma ya tiene de ellos. Gran influencia del platonismo.

Segunda mirada; la imagen de la memoria: la memoria se posa sobra las sensaciones, comparándolas y relacionándolas con las pasadas, que recuerda. Con la memoria el pasado se actualiza, el presente adquiere continuidad y el futuro se prefigura como iniciativa y previsión. Por la memoria nos percibimos como el mismo ser a lo largo de los sucesivos cambios de nuestras vidas.

Tercera mirada; la imagen del entendimiento: que elabora las ideas de las cosas, que sobrepasan en universalidad a las sensaciones iniciales. El alma elabora en sí misma realidades intelectuales, con validez universal. Mediante las ideas se elabora el conocimiento científico y por ellas nos guiamos, en la confianza de que en el mundo hay continuidad, porque aunque las cosas cambian o desaparezcan, sus ideas no. Al conocimiento por ideas, san Agustín lo denomina razón inferior, porque aunque es racional, no colma las aspiraciones del alma, la felicidad plena.

Cuarta mirada; la imagen de la sabiduría o razón superior: el alma se vuelve sobre sí misma y en su interior encuentra verdades inmutables y eternas que no ha aprendido de nada ni nadie, sino que intuye como anteriores y superiores, son verdades eternas e inmutables, que tienen su fundamento en Dios. En consecuencia, el objeto de esta razón superior o sabiduría es el conocimiento de Dios.
Las cuatro miradas del alma o grados de conocimiento no son un ascenso en que cada grado inferior conduzca al superior. Su progreso viene impulsado de arriba abajo, puesto que es el alma misma la que con cada mirada introduce novedades respecto al anterior. Dios ilumina al alma, para que ésta vaya penetrando cada vez más en la verdad de las cosas. Esta potencia del alma se conoce como “iluminación”, que no es gracia sobrenatural recibida ocasionalmente, sino la propia potencia del alma, análoga a la iluminación del sol que permite al ojo ver y a los objetos ser vistos. En la propia interioridad del ser humano, en su alma, es donde radica la posibilidad de alcanzar la ciencia y la sabiduría.

Política

Contemplada en su historia, la humanidad se divide entre los que se mueven por el amor a sí mismos y a las cosas temporales, y aquellos que se mueven por el amor divino. Los primeros forman la Ciudad terrenal y los segundos la Ciudad de Dios, si bien conviven en el seno de las mismas sociedades históricas. Cada una tiene su propio orden y persigue su propia paz. La Ciudad de Dios busca la gloria de Dios y tiene como vínculo de sus ciudadanos la caridad y no el imperio de la autoridad. La Ciudad terrenal busca los bienes terrenales y asienta su unidad en la autoridad, necesaria para dominar los individualismos, inevitables cuando los ciudadanos parten del amor a sí mismos. Las dos ciudades persistieron y persistirán a lo largo de la historia, bajo diversidad de pueblos.

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