Antropología
El ser humano es imagen de Dios. Para San
Agustín, Dios es Eternidad, Verdad y Amor, y, a su imagen, el ser humano está
constituido por tres potencias: la memoria,
por la que hace presente el pasado, la inteligencia,
que busca la verdad y la voluntad,
por la que tiende a la felicidad. El ser humano como estructura antropológica,
es el reflejo de la divina, ejercitar estas facultades supone aproximarse a
Dios. San Agustín afirma la dualidad alma/cuerpo,
pero afirma que el alma es una sustancia autosuficiente, unida accidentalmente al cuerpo. Con ello pretende mantener el
valor superior de lo espiritual sobre lo material.
Su concepción antropológica
es dual en cuanto que alma y cuerpo, aunque funcionalmente inseparables, son
sustancias distintas. Pero eso no le impide afirmar que es un misterio que dos
sustancias antropológicamente distintas forman una sola naturaleza: el ser
humano. Así San Agustín, en las primeras obras afirma el traducianismo, según
el cual el alma se trasmitiría directamente de padres a hijos, pero tal
doctrina hacía difícil justificar la espiritualidad del alma. En sus obras
posteriores, mantiene que Dios crea específicamente el alma de cada ser humano.
Ética
En cuanto al problema del mal, san Agustín
afirma que el ser humano ha recibido de sus progenitores la totalidad de sus
atributos. Por eso, de ellos ha heredado la culpa en la que, según el relato
bíblico, el primer hombre, Adán, ha incurrido desobedeciendo el mandato de
Dios: la humanidad entera ha pecado con él. Como causa del pecado sobrevinieron
al mundo los males que padece. Pero la naturaleza humana es receptiva y abierta
para recibir la acción de Dios, que se manifiesta en forma de impulso interior
y deseo de su propia regeneración. Por sus solas fuerzas, no la alcanzaría,
pero Dios es amor que concurre con la libertad humana para remediar su caída. El
objetivo fundamental del ser humano es la felicidad, que solo se encuentra en
Dios. El sentimiento básico para llegar al conocimiento de Dios es el amor. El
hombre necesita de la gracia divina para el conocimiento pleno de Dios. Para
san Agustín, el hombre es libre por lo que se puede apartar de Dios para
dejarse llevar por los bienes materiales y corporales. Existe, sin embargo, una
conciencia en el ser del hombre de normas y leyes morales que están en el
corazón del hombre. Según esta teoría, el mal será alejarse de Dios y la causa
del mal moral no está en Dios sino en la libertad del hombre. Mal como
privación de bien, que se aparta del camino adecuado.
Teoría del
conocimiento
San Agustín compara el ascenso en los grados
del conocimiento con la capacidad visual del alma, lo llama así “las miradas
del alma”.
Primera
mirada; la imagen sensitiva: el alma da a los
sentidos la capacidad para percibir los objetos exteriores. Los sentidos forman
una imagen sensitiva o sensación de lo que perciben. La sensación supone la
visión interior de los objetos, sentirlos en nosotros mismos, comparándolos con
las ideas previas que el alma ya tiene de ellos. Gran influencia del
platonismo.
Segunda
mirada; la imagen de la memoria: la memoria se
posa sobra las sensaciones, comparándolas y relacionándolas con las pasadas,
que recuerda. Con la memoria el pasado se actualiza, el presente adquiere
continuidad y el futuro se prefigura como iniciativa y previsión. Por la
memoria nos percibimos como el mismo ser a lo largo de los sucesivos cambios de
nuestras vidas.
Tercera
mirada; la imagen del entendimiento: que elabora
las ideas de las cosas, que sobrepasan en universalidad a las sensaciones
iniciales. El alma elabora en sí misma realidades intelectuales, con validez
universal. Mediante las ideas se elabora el conocimiento científico y por ellas
nos guiamos, en la confianza de que en el mundo hay continuidad, porque aunque
las cosas cambian o desaparezcan, sus ideas no. Al conocimiento por ideas, san
Agustín lo denomina razón inferior, porque aunque es racional, no colma las
aspiraciones del alma, la felicidad plena.
Cuarta
mirada; la imagen de la sabiduría o razón
superior: el alma se vuelve sobre sí misma y en su interior encuentra verdades
inmutables y eternas que no ha aprendido de nada ni nadie, sino que intuye como
anteriores y superiores, son verdades eternas e inmutables, que tienen su
fundamento en Dios. En consecuencia, el objeto de esta razón superior o
sabiduría es el conocimiento de Dios.
Las cuatro miradas del alma o grados de
conocimiento no son un ascenso en que cada grado inferior conduzca al superior.
Su progreso viene impulsado de arriba abajo, puesto que es el alma misma la que
con cada mirada introduce novedades respecto al anterior. Dios ilumina al alma,
para que ésta vaya penetrando cada vez más en la verdad de las cosas. Esta
potencia del alma se conoce como “iluminación”,
que no es gracia sobrenatural recibida ocasionalmente, sino la propia potencia
del alma, análoga a la iluminación del sol que permite al ojo ver y a los
objetos ser vistos. En la propia interioridad del ser humano, en su alma, es
donde radica la posibilidad de alcanzar la ciencia y la sabiduría.
Política
Contemplada en su historia, la humanidad se
divide entre los que se mueven por el amor a sí mismos y a las cosas
temporales, y aquellos que se mueven por el amor divino. Los primeros forman la
Ciudad terrenal y los segundos la Ciudad de Dios, si bien conviven en el seno
de las mismas sociedades históricas. Cada una tiene su propio orden y persigue
su propia paz. La Ciudad de Dios busca la gloria de Dios y tiene como vínculo
de sus ciudadanos la caridad y no el imperio de la autoridad. La Ciudad terrenal
busca los bienes terrenales y asienta su unidad en la autoridad, necesaria para
dominar los individualismos, inevitables cuando los ciudadanos parten del amor
a sí mismos. Las dos ciudades persistieron y persistirán a lo largo de la
historia, bajo diversidad de pueblos.
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