lunes, 19 de octubre de 2015

San Agustín I

Introducción: Razón Y Fe.

San Agustín es uno de los principales Padres de la Iglesia Católica. Realiza una reformulación completa del pensamiento cristiano, que será la base para el pensamiento medieval posterior. Según San Agustín, es en el interior del ser humano donde debe buscarse la razón y el principio de su actividad intelectual y práctica. Por influyentes y dignos que sean los testimonios e impulsos exteriores, lo más cierto y valioso será lo que se siente en la propia interioridad. Por lo tanto, si queremos discernir situaciones intelectuales o morales deberemos aclarar nuestra propia conciencia mediante la atención y el examen personal, para sernos fieles y no engañarnos a nosotros mismos. Su máxima es “vuelve sobre ti mismo”, y su concepto de confesión significa poner en claro la propia intimidad. Es en la interioridad del alma donde se despliega la tensión hacia la verdad y la Felicidad. No hay verdad sin felicidad y felicidad sin verdad.

Para San Agustín, la aspiración natural del hombre es alcanzar la felicidad, y esta felicidad la identifica con el conocimiento de la Verdad. Coherente con tales supuestos, el objetivo de su actitud intelectual se dirigió a buscar un saber o ciencia en cuyo conocimiento se aunasen Felicidad y verdad. De esta manera, tanto la razón como la fe persiguen los mismos fines: conseguir la felicidad y la verdad para el ser humano. Son dos vías con las que cuenta el creyente para alcanzar su felicidad.

La fe prepara el camino para que la razón encuentre. La fe posibilita el conocimiento. Por lo tanto, nosotros al creer en Dios mediante la fe podemos, a su vez, adquirir el conocimiento de distintas verdades. En este sentido, la fe es una condición de posibilidad del conocimiento. No obstante, adopta una postura ante el problema del conocimiento que recuerda a Platón en el Fedón: el conocimiento supremo sólo se alcanzará plenamente tras la muerte.

En conclusión, para San Agustín el problema no reside en que la razón sin el auxilio de la fe pueda alcanzar el conocimiento de ciertas verdades; la cuestión está en que la razón por sí sola no puede alcanzar la Verdad Suprema, para ello necesita la fe.  

Dios.

Esta verdad a la que el hombre natural aspira es Dios. La esencia de la Verdad (Dios) está unida inseparablemente a su existencia. Esencia y existencia van unidas. El conocimiento de Dios es el Bien Supremo para el hombre, su felicidad. La razón es la facultad del alma para conocer la verdadera esencia; pero para lograr el conocimiento de estas verdades, es necesario conocer la realidad que las fundamenta: Dios. Pero no se pueden conocer las verdades necesarias relativas a Dios mediante la razón; es precisa la intervención de una iluminación divina para que el conocimiento supremo sea posible. No es posible el conocimiento supremo si Dios no interviene. San Agustín, tras su búsqueda de la verdad por medio de la razón descubrió que era la fe la que le ofrecía la posibilidad de la verdad que la razón no le brindaba. Así se percató de la necesidad de creer para saber, más que saber para creer. La fe posibilita el conocimiento y, por lo tanto, la vida feliz del hombre. Encontramos un rasgo específicamente medieval en la filosofía de san Agustín: la prioridad de la fe sobre la razón. Para alcanzar la unión con Dios, no es suficiente sólo la intervención de la fe; sino que es necesaria la intervención de Dios. Esta intervención de Dios en la vida del hombre es la gracia divina. Sin la participación de Dios, el hombre por sí sólo, no alcanzaría la plena felicidad.

Según su teoría el ser humano encuentra en su propia razón verdades necesarias y universales, la primera es la propia aspiración humana a la verdad y a la felicidad. Pero también los primeros principios de la razón, los axiomas matemáticos, o ideas como justicia, belleza, bien, igualdad, diferencia, etc., que aparecen en el entendimiento como verdades eternas son verdades eternas intemporales y supra personales porque no dependen de ningún ser humano individual. Son verdades que no cambian y han tenido siempre validez, es decir, son necesarias; pero sería contradictorio afirmar algo necesario sin un ser necesario que sea su fundamento. Influido por Platón, San Agustín sitúa en la inteligencia divina las “ideas ejemplares” de todas las cosas del mundo. En la mente divina, desde la eternidad, están presentes los modelos de cada una de las cosas, que irán apareciendo en el tiempo según el designio y la acción creadora de Dios. Por su sabiduría y guiado por el amor, Dios, irá otorgando realidad en el mundo a sus ideas ejemplares. En correspondencia con las ideas ejemplares, dios introdujo en la materia informe las que Agustín llama razones germinales. La materia lleva en sí misma la semilla o raíces de las que según el designio divino se originan las cosas. En consecuencia podríamos decir que en todos los seres esta doblemente impresa la huella de dios. Por un lado ya que responden a sus ideas ejemplares y por otro lado porque los seres se originan a partir de las semillas impresas por él en la materia. Esta doble razón justifica la siguiente afirmación agustiniana: los seres llevan en sí mismo la imagen de Dios. Es en el ser humano donde la huella divina se hace más evidente. 


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