Metafísica
Una vez establecido el método, Descartes lo
aplica a la METAFÍSICA, ya que de
ella toman las demás ciencias sus principios. En primer lugar, es necesario
encontrar una verdad evidente a partir de la cuál poder construir el sistema filosófico; para
conseguir este objetivo Descartes recurrió a la duda. No se trata de una duda
escéptica, sino que se trata de una duda metódica,
teorética y universal. Es utilizada únicamente por Descartes como instrumento para
encontrar una primera certeza o principio del que no se pueda dudar y que sirva
de fundamento a la metafísica.
La duda metódica. Descartes
aplica sus reglas al saber tradicional para comprobar si contiene alguna verdad
tan clara y distinta que permita eliminar cualquier motivo de duda. Si con
estas reglas no llegamos a ninguna verdad clara y distinta, es decir, a ninguna
certeza, entonces habrá que rechazar este saber. Si por el contrario, llegamos
a alguna certeza estaremos ante el fundamento del saber. Descartes comienza su
proyecto con la duda, afirma que gran parte del saber tradicional está basado
en la experiencia sensible, pero los sentidos algunas veces nos engañan, por lo
tanto no debemos fiarnos de ellos. Por otra parte, el saber tradicional también
se fundamenta en la razón y en la argumentación, pero tampoco podemos fiarnos
porque no está exento de incertidumbre. Así, finalmente está el saber
matemático que parece indudable, pues es válido tanto en la vigilia como en el
sueño. Pero puede, afirma Descartes, que haya un genio maligno, astuto y
engañador que me haga creer con certeza, lo que no lo es. La duda es absoluta
basta que se pueda dudar de una verdad, para que, provisionalmente, se
considere a tal verdad como falsa. La duda es el camino hacia la verdad, se
llama metódica porque es un paso obligado, pero también, provisional, para
llegar hasta la verdad. Con la duda Descartes pone en crisis el dogmatismo de
la tradición y pretende combatir el escepticismo. A este nivel de duda,
Descartes aún no sabe si hay Dios, sólo supone que un ser omnipotente podría
engañarle, yo puedo evitar que el genio me pueda engañar, pues podré suspender
mi juicio cuando quiera.
Descartes tiene razones o motivos para dudar. En primer lugar, las experiencias procedentes
de los sentidos no son seguras, ya
que si a veces nos engañan, pueden hacerlo siempre, por lo que no debemos
fiarnos de ellas. Un segundo motivo de duda es la dificultad de distinguir la vigilia del sueño. Por último Descartes
pone en duda incluso la propia capacidad
de la inteligencia. Defiende la hipótesis de la posible existencia de un genio maligno con poder para engañarnos
sobre verdades tan obvias como cuestiones matemáticas.
De esta manera Descartes llega a dudar incluso
de las certezas más habituales como de la existencia del mundo y de los objetos
exteriores a él; de la existencia de su propio cuerpo e incluso de las verdades
matemáticas. Lo único que no se puede poner en duda es el propio sujeto que
duda. Del acto mismo de dudar, surge la primera
certeza “pienso, luego existo”, “cogito, ergo sum”. Se trata de la primera
idea clara y distinta; la primera verdad que es tomada por Descartes como el
primer principio evidente de la filosofía y de la que pueden deducirse todas
las demás verdades. Es una intuición gracias a la cual me experimento a mí
mismo como una cosa que piensa (res cogitans).
La certeza fundamental: Cogito, ergo sum. Después de haberlo puesto todo en duda, Descartes afirma que aunque debido
a la duda metódica pensaba que todo era falso, se da cuenta de que él, que
piensa, es algo. Al darse cuenta de esto, formula el primer principio de toda
su filosofía “pienso, luego existo”. Por tanto, si dudo (y dudar es función del
pensar) es que existo. Para pensar es necesario existir primero. Esta
proposición (“Pienso, luego existe”) es verdadera porque incluso la duda la
confirma, porque al dudar pienso. La primera verdad a la que llegamos es la
certeza de mi existencia como cosa pensante. Todas las operaciones de la
voluntad, del intelecto, de la imaginación y de los sentidos son pensamientos.
El “yo” elimina cualquier duda. Para que un acto sea pensamiento hemos de tener
conciencia inmediata de él. “Pienso, luego existo” aunque tenga forma de
silogismo, no es un razonamiento ni argumentación sino pura intuición. Nuestra
propia existencia es una res cogitans, una realidad pensante, en la que no hay
ninguna ruptura entre pensamiento y ser. Por todo esto, la claridad y la distinción, como reglas del
método de investigación, se encuentran fundamentadas, por el “pienso, luego
existo”. A partir de ahora la actividad cognoscitiva tendrá que buscar la claridad
y la distinción, como los rasgos típicos de aquella primera verdad que se ha
impuesto a la razón, (“Pienso, luego existo”) y que debe caracterizar a todas
las demás verdades. De la misma forma cualquier otra verdad no necesitara más
garantía que la claridad y la distinción, inmediata (intuición) o mediata
(deducción).
En relación con su primera certeza, Descartes
establece la distinción entre los siguientes tipos de sustancias:
Por un lado, la res cogitans o sustancia pensante. Somos sustancias finitas que no
necesitamos de nada para existir, excepto de Dios.
Por otro lado Dios, sustancia infinita que no necesita de nada para existir y por
último la res extensa o mundo.
Ahora bien, la sustancia finita es
esencialmente pensamiento y los
pensamientos toman la forma de ideas. Descartes establece tres clases: Las
ideas adventicias no son propias del
sujeto, sino que viene o llegan al mismo desde fuera. Las ideas facticias las crea el sujeto son
fabuladas y formadas por él mismo. En tercer lugar Descartes hace ilusión a las
ideas innatas. Son ideas que están
en el sujeto, pero no las construye él, ni tampoco le vienen de fuera. Son aquellas ideas que encuentro en mí mismo
y que el entendimiento posee por naturaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario