domingo, 29 de noviembre de 2015

Descartes II

Metafísica

Una vez establecido el método, Descartes lo aplica a la METAFÍSICA, ya que de ella toman las demás ciencias sus principios. En primer lugar, es necesario encontrar una verdad evidente a partir de la cuál  poder construir el sistema filosófico; para conseguir este objetivo Descartes recurrió a la duda. No se trata de una duda escéptica, sino que se trata de una duda metódica, teorética y universal. Es utilizada  únicamente por Descartes como instrumento para encontrar una primera certeza o principio del que no se pueda dudar y que sirva de fundamento a la metafísica.

La duda metódica. Descartes aplica sus reglas al saber tradicional para comprobar si contiene alguna verdad tan clara y distinta que permita eliminar cualquier motivo de duda. Si con estas reglas no llegamos a ninguna verdad clara y distinta, es decir, a ninguna certeza, entonces habrá que rechazar este saber. Si por el contrario, llegamos a alguna certeza estaremos ante el fundamento del saber. Descartes comienza su proyecto con la duda, afirma que gran parte del saber tradicional está basado en la experiencia sensible, pero los sentidos algunas veces nos engañan, por lo tanto no debemos fiarnos de ellos. Por otra parte, el saber tradicional también se fundamenta en la razón y en la argumentación, pero tampoco podemos fiarnos porque no está exento de incertidumbre. Así, finalmente está el saber matemático que parece indudable, pues es válido tanto en la vigilia como en el sueño. Pero puede, afirma Descartes, que haya un genio maligno, astuto y engañador que me haga creer con certeza, lo que no lo es. La duda es absoluta basta que se pueda dudar de una verdad, para que, provisionalmente, se considere a tal verdad como falsa. La duda es el camino hacia la verdad, se llama metódica porque es un paso obligado, pero también, provisional, para llegar hasta la verdad. Con la duda Descartes pone en crisis el dogmatismo de la tradición y pretende combatir el escepticismo. A este nivel de duda, Descartes aún no sabe si hay Dios, sólo supone que un ser omnipotente podría engañarle, yo puedo evitar que el genio me pueda engañar, pues podré suspender mi juicio cuando quiera.

Descartes tiene razones o motivos para dudar. En primer lugar, las experiencias procedentes de los sentidos no son seguras, ya que si a veces nos engañan, pueden hacerlo siempre, por lo que no debemos fiarnos de ellas. Un segundo motivo de duda es la dificultad de distinguir la vigilia del sueño. Por último Descartes pone en duda incluso la propia capacidad de la inteligencia. Defiende la hipótesis de la posible existencia de un genio maligno con poder para engañarnos sobre verdades tan obvias como cuestiones matemáticas.

De esta manera Descartes llega a dudar incluso de las certezas más habituales como de la existencia del mundo y de los objetos exteriores a él; de la existencia de su propio cuerpo e incluso de las verdades matemáticas. Lo único que no se puede poner en duda es el propio sujeto que duda. Del acto mismo de dudar, surge la primera certeza “pienso, luego existo”, “cogito, ergo sum”. Se trata de la primera idea clara y distinta; la primera verdad que es tomada por Descartes como el primer principio evidente de la filosofía y de la que pueden deducirse todas las demás verdades. Es una intuición gracias a la cual me experimento a mí mismo como una cosa que piensa (res cogitans).

La certeza fundamental: Cogito, ergo sum. Después de haberlo puesto todo en duda, Descartes afirma que aunque debido a la duda metódica pensaba que todo era falso, se da cuenta de que él, que piensa, es algo. Al darse cuenta de esto, formula el primer principio de toda su filosofía “pienso, luego existo”. Por tanto, si dudo (y dudar es función del pensar) es que existo. Para pensar es necesario existir primero. Esta proposición (“Pienso, luego existe”) es verdadera porque incluso la duda la confirma, porque al dudar pienso. La primera verdad a la que llegamos es la certeza de mi existencia como cosa pensante. Todas las operaciones de la voluntad, del intelecto, de la imaginación y de los sentidos son pensamientos. El “yo” elimina cualquier duda. Para que un acto sea pensamiento hemos de tener conciencia inmediata de él. “Pienso, luego existo” aunque tenga forma de silogismo, no es un razonamiento ni argumentación sino pura intuición. Nuestra propia existencia es una res cogitans, una realidad pensante, en la que no hay ninguna ruptura entre pensamiento y ser. Por todo esto,  la claridad y la distinción, como reglas del método de investigación, se encuentran fundamentadas, por el “pienso, luego existo”. A partir de ahora la actividad cognoscitiva tendrá que buscar la claridad y la distinción, como los rasgos típicos de aquella primera verdad que se ha impuesto a la razón, (“Pienso, luego existo”) y que debe caracterizar a todas las demás verdades. De la misma forma cualquier otra verdad no necesitara más garantía que la claridad y la distinción, inmediata (intuición) o mediata (deducción).

En relación con su primera certeza, Descartes establece la distinción entre los siguientes tipos de  sustancias:
Por un lado, la res cogitans o sustancia pensante. Somos sustancias finitas que no necesitamos de nada para existir, excepto de Dios.
Por otro lado Dios, sustancia infinita que no necesita de nada para existir y por último la res extensa o mundo.


Ahora bien, la sustancia finita es esencialmente pensamiento y  los pensamientos toman la forma de ideas. Descartes establece tres clases: Las ideas adventicias no son propias del sujeto, sino que viene o llegan al mismo desde fuera. Las ideas facticias las crea el sujeto son fabuladas y formadas por él mismo. En tercer lugar Descartes hace ilusión a las ideas innatas. Son ideas que están en el sujeto, pero no las construye él, ni tampoco le vienen de fuera.  Son aquellas ideas que encuentro en mí mismo y que el entendimiento posee por naturaleza.

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