NIETZSCHE (1844-1900)
Esta filosofía crítica
nietzscheana es considerada como filosofía
negativa. Se trata de la filosofía
de la sospecha o filosofía del martillo que destruye y niega desde el
pensamiento socrático, la filosofía platónica y la filosofía idealista alemana
como la moral y la religión judeocristiana. El diagnóstico de Nietzsche será la
consideración de que la cultura occidental es una crítica de este mundo y de
sus valores de manera que se ha inventado otro mundo cuyas características son
la perfección, la racionalidad y lo divino.
Acusó así, al racionalismo de haberse centrado en la
insistencia de atribuir realidad exclusivamente a las conclusiones de la razón
y tan sólo apariencia y engaño a la de los sentidos. Tal insistencia ha
significado el rechazo contra los instintos y el odio contra la vida así como
la creación de ídolos filosóficos como la Verdad, el Bien, la Idea, El Ser, el
Dios único, el ente, la cosa en sí, etc. Según Nietzsche la historia de la
filosofía es una gran mentira basada en conceptos metafísicos inventados. La
verdad no existe; es una ficción que elabora la razón para satisfacer y
encubrir necesidades vitales como el consuelo o la seguridad.
Sócrates es considerado por
Nietzsche como el gran corruptor ya que puso fin a la síntesis y equilibrio
entre lo apolíneo y lo dionisiaco representado en la tragedia griega. En ella
se observaba la fusión artística de las dimensiones más artísticas del pueblo
griego. Por una parte la dimensión de equilibrio, de serenidad, de claridad
representada por el dios Apolo. Por otra parte, aparece la dimensión de la
embriaguez mística, los impulsos creativos y espontáneos, lo desordenado,
irracional y primitivo, representado por Dionisos, dios de la desmesura y de la
alegría desenfrenada.
Es Sócrates por tanto, el
máximo responsable de la degradación de lo que había de vital en la
civilización griega instaurando. Su racionalidad extrema es responsable del
triunfo en su filosofía del hombre teórico sobre el hombre trágico. Platón
acentuó ese error al inventar un “mundo verdadero”, opuesto al mundo del
devenir sensible, que desde entonces fue visto como “engañoso “y “aparente”.
El error se produjo porque Platón consideró el lenguaje como algo
autónomo, como si los conceptos universales designasen seres superiores al mundo
real, y existentes por sí mismos, cuando en realidad tanto el lenguaje como la
razón son instrumentos al servicio de la vida. De ese “culto a la gramática” surgieron
la metafísica y la ciencia, saberes vacíos, que han ahogado la espontaneidad de
la vida bajo el peso de las abstracciones formales.
Nietzsche emprende, así mismo,
una crítica de la moral socrática y
platónica. Una moral intelectualista y antinatural basada en una concepción de
la virtud como un ejercicio exclusivamente racional, donde el cuerpo, las
pasiones y los instintos, que pertenecen a la parte menos valiosa del alma
deben reprimirse.
En relación con la moral
occidental, Nietzsche plantea una crítica a la religión: el cristianismo
agudizó la escisión entre razón y vida al proyectar los valores en un Dios
trascendente, frente al cual el hombre y la naturaleza son negados. Impuso así
una moral de esclavos, basada en la obediencia, el sacrificio, la mansedumbre y
el gregarismo (moral de rebaño) donde la conducta humana se somete a una ley
considerada divina. Esta moral de esclavos iguala a todos los individuos y
promueve el amor al prójimo. Es una moral pasiva que no crea valores nuevos.
Según Nietzsche fue Kant quien dio el último paso,
aplastando la sensibilidad bajo su ética del deber, basada en una ley moral y
abstracta.
Este predominio de la moral de esclavos así como la sucesión constante
de distintos ídolos filosóficos ha llevado a la cultura occidental a su destino
irremediable: El nihilismo. La búsqueda de lo permanente resulta
insuficiente para expresar la vida. “Dios ha muerto”. Esta afirmación
nietzscheana representa la ausencia de
fundamentos metafísicos en el saber o en las valoraciones morales. La nada
ha acabado imponiéndose.
Ahora bien, si el nihilismo es
un destino ineludible de la llamada civilización europea, desconocerlo y no
asumirlo adecuadamente, impedirá al hombre vivir y valorar de acuerdo con lo
que es propio de la vida humana. Frente al nihilismo
pesimista propio de quien se deja abatir por la constatación de la muerte
de Dios, resignándose a vivir, Nietzsche opta por un nihilismo optimista, creativo, que asume la vida sin resentimiento
; aquel que rigiéndose por la moral de señores, aspira a una constante
superación personal, mostrando su auténtica creatividad. Esta es la gran tarea del vitalismo nietzscheano,
desencadenar al hombre de todos los valores ficticios para así devolverle el
derecho a la vida. Este nihilismo se desarrolla como una fuerza que discurre de
lo negativo a lo positivo, es decir, negar para afirmar, destruir para crear.
La trasmutación de los valores de la cultura occidental puede
resumirse en los siguientes puntos: En primer lugar la defensa de una moral de señores frente a la de débiles
y esclavos. La nueva moral consiste en la exaltación
de los instintos primarios de la vida, en la nueva moral debe imponerse la voluntad de la vida, la supervivencia
del individuo frente a la resignación de vivir.
Así se recuperan los valores de la tierra. La muerte de Dios
es una ocasión para cultivar nuevos valores. La vida es autosuperación. Nietzsche
representa la vida como una apasionada
voluntad de poder, como la propia lucha de lo que está vivo por sobrevivir; es
afirmación constante de la vida tal y como es, una afirmación del devenir.
En relación con dicha
afirmación, Nietzsche afirma que no hay
más mundo que éste, negando el mundo platónico y el mundo cristiano, así como
su concepción lineal del tiempo. En ambos casos, la vida estaría destinada
a negar su origen, como si huyera de sí misma. Por el contrario, para
Nietzsche, el progreso moral y temporal que busca la voluntad de poder consiste
en la renovación constante de su impulso
vital o eterno retorno de lo mismo. El eterno retorno es el intento de
Nietzsche de recuperar la visión trágica de la realidad del pensamiento
presocrático: si no hay más mundo que éste, constituido por un número finito de
fuerzas que se despliegan a lo largo de un tiempo infinito, cada configuración
del universo deberá repetirse eternamente. Esta unión de devenir y eternidad le
permite superar la escisión que establecía el cristianismo entre la tierra (lo
finito) y el cielo (lo infinito), ya que ahora cada instante adquiere el rango
de eternidad.
Entendido de esta manera, la
idea del eterno retorno es trágica y terrible para el hombre; ya que anula toda
esperanza: solo queda la vida repitiéndose eternamente, con su carga de
dolor y de alegría. Ante esta perspectiva, el hombre nihilista cae en
desesperación. Pero ese hombre no es sino un puente que ha de conducir al superhombre.
Por tanto aspirar al
superhombre no es fácil. Es algo sutil que exige aprendizaje y conlleva asumir
riesgos y contradicciones. La transformación de hombre en superhombre requiere
el siguiente proceso: El hombre es
al principio un animal de carga asemejándose a un camello, ya que carga con el
peso de la ley moral; luego se asemeja a el león, cansado de la carga que
soporta se rebela y busca conocimiento; finalmente se asemeja al niño, cuyas
acciones fluyen espontáneamente sin restricción ajena a el mismo, crea nuevos
valores y acepta la inocencia del devenir.
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